Si supieras de tu incidencia en mí, alguna vez me habrías tenido un poquito de piedad...
Yo volví a nacer cuando te conocí; crecí y maduré al padecer todas tus ausencias y presencias.
Te amé como creo que nadie podrá amarte jamás, y sé que en el fondo lo sabes.
Aún cuando la soledad me abruma y me azota,
y los percances que este sistema de vida me crean y me hacen padecer,
aún en la hora más atribulada te recuerdo,
a veces con rabia, a veces con ternura,
a veces solo con amor desnudo y puro.
Dejaste huella doblemente indeleble en mi gitano corazón.
Solo dos tinieblas acompañan tu marca en mi ser: una amargura y una decepción.
La amargura de tu majadera incomprensión hacia lo febril del amor que te he tenido.
La decepción de que me creas capaz de lo que jamás seré capaz.
Yo no creo en el perdón, no creo que Dios perdone y de hecho, no me gustaría que lo hiciera, me parece injusto.
Creo que cada quien tiene que purgar sus culpas sin vanas indulgencias; solo así se hace un verdadero ser humano: responsable de sus actos.
Yo sé un poquito cómo se manifiesta la naturaleza humana cuando algo nos incomoda o nos agravia; olvidamos lo bueno de los seres, los recuerdos sublimes, los momentos felices. Para solo darle paso al mal sabor de boca que un hecho determinado nos genera.
Así somos, absurdos e injustos hasta más no poder.
Los prejuicios, los celos, los temores nos invaden, nos hacen su presa.
Qué cómico, pensé que todos mis sacrificios y manifestaciones de amor, de entrega sin pedirte nada jamás, que todo el torrente de afecto y de confianza que siempre te brindé, que todos los sacrificios de amor amordazado te habían bastado a tí y a cualquier ser humano para saber el tamaño de mi corazón al palpitar y en especial al palpitar por tí.
Pensé que sabías cómo y cuánto te he amado y pensé que sabías de mi forma de amor,
amor incapaz de bajezas, incapaz de engaños, incapaz de dobleces.
Creí que sabías más de mí...
Yo volví a nacer cuando te conocí; crecí y maduré al padecer todas tus ausencias y presencias.
Te amé como creo que nadie podrá amarte jamás, y sé que en el fondo lo sabes.
Aún cuando la soledad me abruma y me azota,
y los percances que este sistema de vida me crean y me hacen padecer,
aún en la hora más atribulada te recuerdo,
a veces con rabia, a veces con ternura,
a veces solo con amor desnudo y puro.
Dejaste huella doblemente indeleble en mi gitano corazón.
Solo dos tinieblas acompañan tu marca en mi ser: una amargura y una decepción.
La amargura de tu majadera incomprensión hacia lo febril del amor que te he tenido.
La decepción de que me creas capaz de lo que jamás seré capaz.
Yo no creo en el perdón, no creo que Dios perdone y de hecho, no me gustaría que lo hiciera, me parece injusto.
Creo que cada quien tiene que purgar sus culpas sin vanas indulgencias; solo así se hace un verdadero ser humano: responsable de sus actos.
Yo sé un poquito cómo se manifiesta la naturaleza humana cuando algo nos incomoda o nos agravia; olvidamos lo bueno de los seres, los recuerdos sublimes, los momentos felices. Para solo darle paso al mal sabor de boca que un hecho determinado nos genera.
Así somos, absurdos e injustos hasta más no poder.
Los prejuicios, los celos, los temores nos invaden, nos hacen su presa.
Qué cómico, pensé que todos mis sacrificios y manifestaciones de amor, de entrega sin pedirte nada jamás, que todo el torrente de afecto y de confianza que siempre te brindé, que todos los sacrificios de amor amordazado te habían bastado a tí y a cualquier ser humano para saber el tamaño de mi corazón al palpitar y en especial al palpitar por tí.
Pensé que sabías cómo y cuánto te he amado y pensé que sabías de mi forma de amor,
amor incapaz de bajezas, incapaz de engaños, incapaz de dobleces.
Creí que sabías más de mí...
Pero como dice Charly García: El hombre se hace fuerte cuando se decepciona, y en fin, lo que no mata fuerza te da.
Y bien lo dijo el poeta español: que sin ser tu esposa, ni tu novia ni tu amante, soy la que más te ha querido; y con eso tengo bastante.
Tu cuarto hijo lo tuve yo; como el mejor de los recuerdos indelebles que dejaste en mí.
A donde vayas te habrá de llegar mi olvido, inexorable, desangrado y silente.
Y siempre Silvio Rodríguez:
Ojalá que contigo se acabe el amor, ojalá hayas matado mi última hambre; que el ridículo acabe implacable conmigo, y yo de perro fiel lo transforme en canción.
Mayela
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