Aunque realmente quisiera que el ambiente externo mientras escribo este post, ajustado al orden de mi día de hoy estuviese enmarcado con un buen trago de ginebra o vodka y alguna canción de despecho por llamarla de algún modo, afortunadamente está llena de cereal de chocolate derramado en el piso, algunas caricaturas computarizadas en la tv y un querubín de grandes ojos desconcentrándome en el teclado.
Sin embargo, trato de aprovechar mi vuelta a este espacio para hilvanar en líneas escritas aunque muy torpemente, ciertas cosas que me aquejan que ojalá a alguien le sirvan, o de distracción, diversión (por burla también cabe), o bien de aporte en alguna situación de su vida.
Fuí, no sé si aún lo soy, ya no sé nada. Partícipe de una novela de amor, que, a pesar de ser venezolana no fue "culebrón" ni disparate, fue una titánica lucha en muchos casos contra nosotros mismos y en otros en contra de mil circunstancias adversas; el hecho es que fue para mí algo más que una medalla de honor tener a ese señor en mi cama con sus cosas en mi cuarto un buen día de abril hace ya más de un año.
La convivencia entre quienes se aman a veces es más difícil que entre los que se odian pero aún así, logramos equilibrar muchos vaivenes y llegué (no sé si hablar en plural) a experimentar la verdadera dicha, pero (como diría Silvio) la cruda economía suele darle luz a verdades más crueles y los tropiezos y carencias monetarias comenzaron a hacer mella sobre lo que más nos duele: nuestro niño, y como buenos científicos venezolanos nos tocó migrar a lo más cerca que tenemos dentro del mismo patio: Caracas. Pero con un crío y sin casa propia, todo es cuesta arriba en la ciudad de los techos de cartón entonces se fué él. Puff!
Mayela: la codependiente afectiva, la mujer de mil poemas diarios (leídos, que no escritos), la del obligatorio café y abrazo matutino se quedó sin su asidero de las noches y los llantos, porque: el destino manda.
Pero toca que este hombre de la novela seria, el padre sin genuflexiones de mi hermoso niño, el de los pleitos de ocasión en mi cocina, no es de llamar, ni de escribir, ni de hacer presencia en la ausencia a veces creo que me adora y a veces que me olvidó por completo, y no sé si seguir o cambiar el rumbo... y por esta y por mil situaciones que se pasean de lo filosófico a lo sociopolítico desde la casa a la patria y el mundo, siento, que de no ser por la hermosa criatura que tengo a mi cargo por ventura de la genética, me hubiese muerto hace rato.
De hecho, me estoy muriendo.
Alguien está por la labor de opinar???
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