Maracaibo, 09 de septiembre de
2014.
“…los
significativos detalles, los recuerdos
de la calle, lo que imaginé algún día, el gesto sencillo de mi niño, la ternura
y el cariño, lo que existe todavía (…) el presentimiento del destino, el andar
que hace camino, el servicio de la tierra (…) vamos pues a disfrutar lo que da
la naturaleza, de una vez, (sin esperar) que la vida es placentera…”
Ricardo Portillo
A pesar de que el fenómeno social y patológico de la
inmediatez, del cual nos contagia la bruma del internet y las redes sociales,
me atrevo y me entrego a ese viejo vicio cibernáutico que alguna vez fue mi
blog, con la vaguísima esperanza de que algún espíritu noble y afablemente
ocioso se dé gusto en leerme así sea solo por ver en qué quedan estas líneas
que solo fueron enhebradas por el simple y abandonado placer de escribir por
escribir, dado que tengo bastante rato, cansada de solo hablar noches,
madrugadas y tardes con mi propia cabeza.
Sucede entonces, que tomo la decisión tímida y vacilante
de retomar mi “yo” de siempre; volver a ser esa que disfrutaba un libro con
paginación real (y por demás tangible) y copiaba fragmentos para lanzarlos a
ese mundo que pasea por las páginas virtuales,
muy coloridas pero inodoras; la que lloraba ante una injusticia para poder
disertar en un ensayo de dialéctica y política social; la que languidecía de
amor oyendo una canción para correr a escribirle a su amado un inmenso correo
electrónico que éste a duras penas se molestaría en mirar para luego decir que
no lo había entendido bien; la que cuelga una foto de su niño para poder buscar
mil formas nuevas de bendecirlo con su amor materno… En fin, la idealista de
pies en tierra que he aprendido a ser, quizás con más corazón–coraza como diría Mario Benedetti, quizás con cierta
insensibilidad forjada a partir de la conclusión feroz de que todos los asuntos
de “fuerza mayor” son inexorablemente justos.
Y así, cuento primero, que voy llegando de las primeras
vacaciones laborales de mi vida; retomo el trabajo llena de toda la esperanza
que mi amor por lo solidario del ser humano me genera; viendo las mismas
bajezas y altezas de siempre, viendo que mi oficina sin ventanas y con una
lámpara rota sigue igual, con todo su mobiliario y todo el trabajo que el 1 de
agosto dejé como “en la nevera” y que me espera para ser descongelado con el
calor de mis mejores ganas.
Mañana volveré a ver cómo voy hilvanando algunas y otras
tantas cosas, que le den sentido al posible sin sentido de mi íntima narración…
María Mayela
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